Relata los años y
días finales en la vida de Giménez, un nonagenario (¿porteño?) que convive -o
simula convivir a distancia-, con su mujer y la anciana y postrada suegra, compartiendo
ratos aunque sin señas de relaciones amorosas, en el mismo edificio en un
departamento apenas más grande que otro exclusivo para él, que realmente habita
y cuyo alquiler usualmente adeuda, -como en el presente narrado-, con meses
acumulados y escapando de las visitas de cobranzas del dueño. De la existencia previa del personaje, el
autor no da datos al describir su contexto de clase media empobrecida, de
características a veces miserables y pueriles relaciones evasivas con el joven propietario,
que incrementan la colección de cuentas pendientes del título, esquivando su vivir
mediante continuas e incumplidas promesas de pago. Trata en cambio de apostar siempre
a carreras de caballos con la viciada esperanza casi delirante, de dar un “batacazo”.
Promediando el relato se dan condiciones reales de producirse eso, a través de su
apuesta mediatizada que cree haberla concretado, de no suceder una impensada y
casual imposibilidad fáctica de quien estuvo delegado para comprar los boletos;
resultó así para Giménez una catástrofe del azar y sin embargo, restablecido su
último aliento, ante el ultimátum del dueño, Giménez en un tour de forcé de su
habilidad de vividor, propone y revive sobre el final del relato una nueva
deuda que el dueño no aceptará pero a él, le resulta una última excusa
dilatoria: su deuda a cambio de una tarea intelectual, como la que realiza el
lector al dejar el autor el punto de vista del deudor y tomar el del dueño
reclamante cuya ocupación es ser docente, profesor de castellano que escribió
un manual por el que le hicieron recientemente una mini entrevista que salió
por TV y vio Giménez quien no puede aceptar que no fue a cambio de una fortuna,
o al menos algún cachet, y el dueño por su parte, piensa que será para evadir a
cambio el pago de sus alquileres atrasados de su justo derecho a cobrar y que Giménez
no respeta con esa última dilación. Finalmente la discusión del valor que Giménez
intenta resaltar de la entrevista televisiva no pagada que le han hecho al
dueño por haber escrito un libro, es la gran publicidad para el libro y que es
enorme su valor, aunque él no lo utilice pero se lo recibió y el dueño no se
permite usufructuar esa compensación supuesta por Giménez y que flota en la
conversación como una remuneración que los desiguala y que ahora reclama con
esa condonación Gimènez. Luego de esa escena ultima con Gimènez, el autor
relata el trayecto del dueño a su casa y toma el punto de vista de él para
meter al lector siempre con su técnica literaria minimalista, en su relación de
pareja, la que trabaja en una agencia de publicidad, está muy cansada y tampoco
ese día le habla de un compañero de trabajo del que él ha empezado a sospechar
que sea con quien lo engañe, tomando como evidencia que ha dejado de nombrarlo
en los últimos días siendo antes frecuente que lo hiciera… ella se acuesta primero y él no logra dormir desvelado
pensando en su deudor Giménez y así llega el amanecer…
El artificio
narrativo de Kohan usado sobre el final, al pasar del narrador objetivo de las
acciones y estados del protagonista Giménez, luego a identificarlo con el
personaje deudor, (¿propietario?) del departamento en que aquél vive, y luego, en las últimas páginas
describir -como también sugiere el título-, tiene este otro personaje central,
cuentas pendientes, debilita sucesivamente su novela a cada una de las últimas páginas
sin lograr este meta propósito del autor, quedando la resolución final y el
sentido de su obra seguramente ligado al título, en agua de borrajas.
por Jorge Zanada
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