“Tristano muere” de Antonio Tabucchi (2004, ignoto traductor
al castellano)
Rompiendo el clasicismo narrativo literario como en otras
obras suyas, Tabucchi en ésta -“el libro de mi vida”, como escribió- pone al
lector/es en vivencia y reflexión, sobre la vida y su deseado legado ante la
muerte, encarnando los grandes comunes y eternos temas filosofados en anécdotas
cotidianas propias, vividas o poéticamente imaginadas y deseadas como una ética
de la libertad, sin cumplir aun, en la ambigua certeza de los recuerdos.
Con léxico simple, popular y muy pocas veces erudito también,
su escritura de elevada calidad literaria, conforma segmentos narrativos con
unidad interna provisoria, pero llamativamente divorciados -tanto por temática
como por signos de puntuación idiomáticamente incorrectos- de otros segmentos
“vecinos”. Construye así una estructura novelística
unificada en su continuidad disruptiva, cuyo “hilo conductor” no es rectilineal
sino que conforma una telaraña para presentar el estado mental, afectivo y
físico de Tristano en la proximidad de su ya diagnosticada muerte (“un
mesecito”). Legitima además con esa particular continuidad integrada (190 páginas
con 88 separatas) la representación que Tabucchi hace del “estado poético” –no
de la poesía o los poetas: “por doquier hay `poetas que jamás imaginaron escribir ni escribirán un poema”).
Quien lo lea irá logrando su comprensión temática y formal, con el trabajo de
leerlo, como la existencia de un ser ya bien maduro que va muriendo (el suyo,
imaginado?). Ser ciertamente simbólico pues es alguien que encarnó la ínclita
figura del partisano: “Tristano”, que mató invasores alemanes durante la guerra
en su natal Italia, donde ahora está muriendo, con sus más de ochenta años en
el ardoroso “ferragosto” del verano itálico. Está postrado, por una pierna en
avanzada gangrena que invade su masculinidad física y cuyos dolores soporta
gracias a la ensoñadora y pesadillesca morfina que le suministra y administra
la Frau. Ella -madura alemana que también participó en la guerra-, sostiene su
agónica decadencia física, permitiéndole ocuparse en la acción final de dictar
a un escriba-escritor, los recuerdos que convoca o lo asaltan en esa espera de
la muerte, próxima. Fue escrita según nota del autor durante años, tanto en manuscritos
como investigaciones y memorias que tiempo después debieron ser organizados
como libro en una continuidad interrumpida de las 88 separaciones de distintas
extensiones: desde tres líneas a algunas páginas, haciendo saltos tanto de
contenido como de puntuación al ubicarlas yuxtapuestas, transmitiendo así, el
vértigo caprichoso de sus recuerdos o de la cotidianidad minuto a minuto de
esos días finales y la comunicación entre los personajes del relato: Tristano
en su proceso de muerte recordando, imaginando y reflexionando su vida al
dictarle a alguien que escribe –quien para nada se manifiesta -y la Frau, la especie
de enfermera y administradora real de su materialidad final, encarna-acción de
todas las amadas (Rosamunda, primera palabra del libro, lugar de la madre que
pare al resto, Dafnè, Marilyn, Mavri, la Guagliona y ella, que lo sobrevivirá) de
esos días que transcurren aparentemente en una casa de campo tal vez de la
Toscana italiana.
Sirve a la comprensión por el lector, la intención del autor,
tanto el título de la obra, como las dos citas que la encabezan:
“Quién testifica por el testigo?” (Paul Celan) y “Es difícil
contradecir a los muertos” (Ferruccio)
Jorge Zanada.
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