Bajar es lo peor - Mariana Enriquez

 








Relata en forma prácticamente continua las relaciones de un pequeño grupo de jóvenes  (veinteañeros como la autora al publicar ésta, su primera novela), unidos principalmente por su constante drogadicción -básica de cocaína, algunas pastillas, marihuana, tabaco y alcohol- y actividad sexual con prácticas de prostitución hétero y homosexual de ambos géneros. Destaca la relación asimétrica, pasional, posesiva, afectivamente individualista hasta la fijación maníaca adolescente que desencadena la gran belleza física de Facundo, su hierática actitud y pretendida superioridad intelectual, -héroe de esta reducida novela-, entre él y Narval, dos varones sin grupo familiar, al que se suma Carolina, una joven que vive con un hermano en tratamiento siquiátrico, y sus padres que los mantienen tolerando sus engaños para los mencionados vicios, en la ciudad de Buenos Aires a mediados de los 90, sin que ninguno de los protagonistas realice actividad productiva o estudios, ni la narración detalle la situación social, económica, cultural ni política del país.

La estructura narrativa no acusa más elaboración que la yuxtaposición de acciones en continuidad de espacio y tiempo, a pesar de estar compuesta por dos partes subdivididas en segmentos numerados que no llegan a constituir casi progreso dramático salvo referir al acumulativo daño toxicológico del consumo, ni modificaciones vinculares entre sus protagonistas o con su entorno. La situación narrada es como la misma, siempre: la marginalidad social en que deslumbra la superbelleza del héroe, la atracción, celos, o el amor posesivo incontenible que despierta pero rechaza en su acompañante así como la frustrada intentona constante por conquistarlos de la femenina ,en esa trinidad protagónica. Como un chicle que estiran las páginas permaneciendo sin cambio ni progreso literario, tal vez con la sola intención de escandalizar, desagradar o molestar cual inicio de náusea a riesgo de inevitable aburrimiento.

Sobre su título “Bajar es lo peor”: “Peor”, es la parte más mala o fea de una experiencia nada buena ni grata…

En varios segmentos, reinan largas descripciones de detalles banales, sólo porque ocurren las escenas sin más relevancia axiológica que reiteradas rebeliones adolescentes de mayores que no por rebeldes superan la puerilidad de mantenidos y peor, colonizados, como se manifiestan en éste y otros diálogos:

-Si no hay límite, hay un montón de posibilidades y eso es terrible porque la vida es demasiado corta. Cuánto podemos vivir ¿setenta años?

–Al paso que vamos nosotros ni la mitad! Me gustaría morirme de sobre dosis, un pico directo a la cabeza, placer total y ni darte cuenta que te moriste.

 –Sos un enfermo: es horrendo. Una vez me zarpé con merca, fue una cosa espantosa. Terminé en un hospital”. (pag 61/2) Resulta casi masoquista Facundo? O es valentía hacerse mal por ser peligroso o prohibido?

-No encajar, es sentir que no formas parte de algo… no sólo ser extraño para los demás sino que los demás sean extraños para uno. Como si fueras de otra parte, como si no estuvieras en este mundo, como si fueras un espectador.” (pag 64) La información intelectual no se registra: “El extranjero” de Albert Camus publicado en 1942 (53 años antes y también veinteañero cual Enríquez cuando la publicó), o “El reposo del guerrero” de, la feminista francesa Christiane Rochefort, (furor en 1958 aquí, hacían ya 37 años, -16 años antes que naciera Enríquez-) con sus explícitas relaciones sexuales que en el relato se soslayan, implícitas, no como tantas otras acciones sin más trascendencia que la anodina unidad de espacio y tiempo.

Pareciera relato para asustar, como de quien se hubiera asustado y asustando, escamotea el original. Freudiana siempre la sexualidad, acá yace como una entre-narración femenina de la homosexualidad masculina, ornada de cocaína y demás yerbas.

Final inevitable y ciertamente moralista: la muerte por “sobredosis” o por primer “pico” del héroe?

En la contratapa de la re edición, una comentarista pretende vincular a la autora -¿como crítica?-, con lo que denomina “escenografía menemista”… pero en todo caso, la omisión total de ese régimen en la novela, más bien la expone mirando para otro lado, hacia el lado ultrapersonalista individual de su/s personajes y héroe, pero no como víctimas de esa “escenografía” oficial.

 

Jorge Zanada.

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