Las Cosas Que Perdimos En El Fuego - Mariana Enríquez

 


Anagrama

Año de publicación 2017

 Este volumen es un conjunto de doce relatos. Parece una novela fragmentada, no larga (menos de doscientas páginas) de desigual calidad, alto impacto y poca profundización, sobre todo en la segunda mitad y con pasajes magistralmente escritos. Sorprende antes o después a les lectores con develación de extremas situaciones, ya con tétricas y extravagantes alucinaciones, homosexualidad, desprecio de género, violenta descolocación de los roles urbanos y sociales en alguno de los relatos, o nauseabundas y detalladas descripciones de terroríficas situaciones, casi como si se pretendiera reactualizar aquello del siglo XIX “d`èpater les bourgeois” logrando ahora por un lado hacerlo con una parte de lectores, -sobre todo no jóvenes mujeres- y por el otro en cambio, una ventajosa posición de mercado. En orden de edición se titulan:

1- El chico sucio. (25 páginas) Es el primero, el más largo y a mi juicio el de mayor interés de la de los relatos. En este caso la protagonista se ha ido a vivir sola a la antigua casa de sus abuelos, frente a la que duermen el niño del título con su joven, desquiciada y siempre ultra narcotizada madre, sospechable de sumisión a poderes de magia negra, brujos de barrio y narcotraficantes, sobre un miserable colchón abandonado en una sucia vereda de Constitución, barrio que con las generaciones perdió su digno esplendor de cuando la fiebre amarilla, devenido marginal, “inseguro”, propicio a la autora para instalar los episodios alucinatorios que requiere su arte. El niño sucio es la víctima en este relato que cargando culpas a la protagonista solo una vez se le acercó e incluso entró a su vieja casa, para recibir de ella, anonadada por el impactante y sorpresivo encuentro, limitada ayuda, luego desaparecer, y cerrar el relato como objeto de salvaje y ritualista decapitación.

2- La hostería. (13 páginas) Sucede en Sanagasta, pueblo de La Rioja, siendo sus protagonistas una pareja de estudiantas secundarias, inmersas en tensiones y disputas inter-familiares. La hostería en cuestión fue durante las dictaduras, sede de la escuela de policía y ahora alberga el conflicto que la pareja de jóvenes amantes planea con una acción osada, vengar: se cuelan a altas horas de la madrugada, cuando todes duermen, para realizarla y de paso, se distraen en juegos eróticos de su apasionada relación cuando irrumpe un caos genocida de sangre y fuego jamás imaginado por ellas y menos, en su pueblito natal, trillado de secular aburrimiento.

3- Los años intoxicados. (narración en 13 páginas de seis años sucesivos: 1989 a 1994.) Es el único relato que ostenta una fachada casi documental, al describir lugares reales (como el Parque Pereira Iraola, tenebroso en ahora con la paródica mención de su antigua y feliz expropiación por Perón –“Parque de Los Derechos de la Ancianidad”) y estar subtitulado con la sucesión de esos años, como si la autora vivió aunque fuera en parte lo que sucede al trío de rapaces estudiantas secundarias. También acá, según pasan los años, hay alucinaciones, violencias de género y familia, contraste con la convencional y añeja imagen-conducta de “señoritas bien educadas, femeninas, suaves, inocentes, aplicadas estudiosas y pudorosas”

4- La casa de Adela. (15 páginas) Esta vez es una adolescente “con un solo brazo o a la que le falta el otro” y nunca quedará claro su origen en la infancia… es Adela, desafiante, amada por el hermano y la primera persona narradora, vecinitos del barrio, a dos cuadras de la enigmática, importante y abandonada casa con jardín y dos plantas, temida por la madre y tan atrayente para ellos: la valerosa manquita terminará integrándose a la casa renunciando al resto del mundo para siempre añorada por el hermano de la narradora. Enríquez lo redacta con maestría que admiraría Hitchcock.

5- Pablito clavó un clavito. Una evocación del Petiso orejudo. (11 páginas) Es lo que su largo título: una profundización “creativa” del personaje histórico para mejor integrarlo a otros más propios de la ficción, con el reiterado fenómeno de apariciones obsesivas, acá de un guía de tours sobre asesinas y asesinos históricos por lugares de la city que frecuentaron. El Petiso, seleccionado por la autora incluso femeninas como la Yiya Murano, en honor a que las motivaciones criminales de Godino fueron inexplicables: sólo por el placer siquiátrico de cometerlos, lo que al parecer fascina a la autora.

6- Tela de araña. (23 páginas) Acá se trata de una joven, huérfana a sus 17 y ante la angustiosa soledad en que queda, cree enamorarse y se casa rápidamente encontrándose ahora aburrida e irritada con él, visitando a sus tíos y prima en Corrientes donde lo lleva para que lo conozcan. Allá, en su tórrido verano selvático poblado de insectos que lo molestan más a él, la sorprende la maravillosa artesanía paraguaya de fino y colorido tejido: el ñandutì que imita la tela de araña siendo indiferente para él. La tensión que la separaba de su joven y ciudadano marido, se acrecienta y en contraste congenia con su prima que además de parecerle hermosa a ella y fea a él, tira las cartas y tiene mucha clientela, lo que termina de fastidiarlo. Quejándose a su tía de su aburrido matrimonio, escucha que el tío suele “levantarle la mano”, y con los renglones la enemistad de género crece alrededor del protagonismo que toma la prima cuando los invita en su modesto auto a Asunción a comprar manteles de ñandutì para revender acá. En el viaje las primas siguen en sintonía y el porteño no logra adaptarse a los insectos y el ambiente. La prima cuenta que volando con uno de sus novios ricos, en su avioneta, divisó claramente una hacienda en llamas pero al girar para verla mejor y mostrársela al piloto, sólo había la enorme quemazón apagada, sin siquiera humo! Claro que tanto el piloto-novio de la prima, como su marido ahora, no dudan que fue una alucinación, pero ambas creen firmemente que no lo fue, sino un misterio. Luego, en el mercado de Asunción, el marido “descubre” que todo es contrabando y como ella prevé, la inculpa por la deshonestidad general y de haber sido llevados por “su familia”, profundizándose indetenible la separación que llegará a puntos mayores, cuando en mitad del regreso el auto deja de funcionar.  La prima intenta pero no puede repararlo, y se va a dedo con un despampanante camionero que sólo puede llevar una persona, en busca de auxilio, quedando ellos más de una hora feroz bajo la agresión de insectos y sofocación del calor. Llega el auxilio, el auto no arranca y son arrastrados al ACA de Clorinda a pasar la noche en un hotelito que será escenario de desigual compañía erótica para cada prima: la local con el despampanante camionero y la protagonista con fantasías ya de asesinar a su marido que todo el tiempo choca con lo natural del lugar y su gente en la parrilla donde comen antes de dormir. Allí, el atractivo camionero contará un episodio que le tocó vivir cruzando con el camión un tenebroso puente construido por la dictadura en Campo Viera donde a varios desaparecidos se dice fueron enterrados vivos en el cemento de la base del puente y vuelta a vuelta se reencarnan como la mujer que él en el camión una noche no pudo evitar atropellar, choque que no dejó rastro alguno, ni abolladura ni sangre o el cuerpo de ella. La resolución del relato que se alarga es… otra desaparición, la de uno de estos personajes y que, es mejor que la “descubra” quien lea.

7- Fin de curso. (6 páginas) Un último curso de secundarias como miles de escuelas pero cuya normalidad es eclosionada cuando una de ellas, la más insignificante, que se vestía como una vieja, ante el estupor de las demás se arranca con los dientes todas las uñas de la mano como si fueran postizas y queda sangrando a chorros. Después de meses ya repuesta, en el baño se hace un tajo profundo en una mejilla también frente a las que estaban. Como la vez anterior, serena y una sonrisa le embellece la cara anodina sobre su camisa corte de varón o monja, empapada de sangre. Otras semanas le llevó reponerse, y volvió a atacarse arrancándose gruesos mechones de pelo y corriendo al baño seguida de muchas alumnas, queda gritando a un inodoro en que sólo ella veía un hombre al que le pide que deje de mandarla a autoagredirse y la deje en paz. Lo describe como un grandote engominado, vestido de comunión. No volvió a clase. La narradora cuenta que fue a verla a su casa y la atendió, pero en la calle. No quiso contarle cómo siguió con el engominado porque le dijo que él mismo se lo va a decir pronto y entró la puerta sin más… ella vuelve a su casa y recuerda haberse hecho una pequeña herida en la pierna, se fija y en el pantalón ve la formación de una pequeña mancha de sangre... el relato termina así, sin más, ni siquiera en “fin de curso”, como se titula.

8- Nada de carne sobre nosotras. (5 páginas) breve y endeble este relato por supuesto protagonizado por una joven con novio en discordia, por estar poniéndose gordo y sobre todo, espantarse porque ella hoy ha recogido amistosamente de la calle donde encontró tirada, una pequeña calavera. La nombra Vera (sin el “cala”), confesándole que no sabe ya, qué sigue haciendo con el novio gordo. La lleva al cuarto, lo que espanta al novio y pronto le compra una buena bella rubia carísima y protectora peluca de pelo natural que le queda perfecta. Pronto le compra velas aromáticas y collares con lo que la entorna en su mesa de luz. Al ver así a “Verita” el novio huye con sus petates. Ella habiéndolo visto más gordo y desagradable que nunca, con los cachetes caídos y las piernas rozando entre sí, decidió comer lo menos posible, pensando en cuerpos hermosos como sería el de Vera, con huesos blancos resplandecientes bajo la luna y que si se entrechocasen sonarían como campanitas. Sabe que comiendo menos y menos, los huesos atravesarán la piel desde adentro al sentarse. También le compró luces para árboles de navidad porque no podía seguir viendo sus ojos vacíos… Su madre le preguntó cuando algo le contó el novio, si estaba obsesionada con una calavera, ella le dijo que está loco y enojado porque lo echó, y que ella con sus amigas, preparan disfraces para la próxima noche de brujas y se fue tranquila. Ella está decidida en completar a Vera. Aunque no sean los huesos correspondientes, podrá conseguir otros… piensa en las fosas comunes de las dictaduras donde buscan los estudiantes de medicina. Se da cuenta que todos caminamos sobre huesos enterrados a mayor o menor profundidad, alcanzable cavando con palas o manos, como hacen los perros para guardar o recuperar los huesos que interesan.

9- El patio del vecino. (22 páginas) Aquí la joven protagonista también está en pareja. El relato empieza cuando terminan su mudanza al buen departamento alquilado ventajosamente a su dueña, con quien ella ha tenido buena onda. Al toque la autora establece línea positiva entre ellas; luego también con la suegra mientras, al unísono la contrapartida negativa, con él; infrecuente, dado que estadísticamente, suele suceder al revés... La primera noche la protagonista, se duerme mucho después que él y en la madrugada despierta sobresaltada por terribles golpes, como si derribaran la puerta de calle, debiendo zamarrear a su pareja, -dormido como un tronco-, que no sólo nada escuchó sino que le dice “ya empezamos”?... Èl se levanta de mala gana para ir a fijarse, y por precaución teniendo terraza, sube seguido por ella. Ve que no hay nadie, la calle está tranquila y todo muy iluminado y le dice que ha sido el estrés de la mudanza… que sigan durmiendo tranquilos, lo que la enfurece internamente. Por eso una noche más adelante, que ella tiene la visión entre-dormida de “algo” que en la oscuridad parece un niño sentado sobre su cama, pero escapa con fugacidad felina, ya ni le cuenta, pues él siempre duerme. Esta situación emocional conflictiva entre la fémina y el personaje-pareja, no es exclusiva de este relato y apunta riesgo de acostumbramiento lectoral de que página a página aumente, pasando como acá por desprecio, odio, el deseo de separarse, y hasta matarlo... El título preanuncia que la situación nodal se dará en el patio y la casa vecina, a la que nuestra inquilina puede acceder, y lo hace, por la terraza buscando la imagen nocturna semi vista y después una diurna: un chico encadenado en denigrante estado de suciedad en el patio vecino. Pero cuando ella se acerca, ya no está, como suele suceder en estos relatos. Esta protagonista revive acicateada de solidaridad el estimado trabajo que logró años pasados y los estudios que está terminando de asistente social, su compromiso con los niños y adolescentes a su cuidado, cuando enfrentó limitaciones reglamentarias y sadismos de supervisores, de lo cual huían los internos… hacen ya siete años, la trágica vez que perdió el grato empleo… ahora eso repercute en ella y no abandonará este chico que vio fragmentariamente encadenado desde la terraza. Es el compromiso-fuerza de toda su vida y una vez recibida va recuperar lo que le hizo perder con el sumario que instruyó la cruel supervisora de menores al pescarla tomando cerveza y fumando un porrito en una guardia, para desquitarse de su compromiso. Luego la gran depresión y vergüenza de la que aun está saliendo gracias a este compromiso y con la ayuda de él, pero sobre todo de su suegra. Por eso busca ahora al chico encadenado en la casa vecina, aunque al final el chico victimizado devenga monstruo sobrenatural, y no sea “otra” alucinación.

10- Bajo el agua negra. (19 páginas) Aquí la protagonista es una mujer de temple y serena con un oficio que requiere ésas y varias condiciones de casi autosuficiencia: fiscal. En este caso acusa una dupla de astutos y abusivos policías, en los barrios pobres, periféricos de la metrópoli costeros del riachuelo. Hace dos meses investiga la desaparición de dos muchachos de 15 años que volviendo de madrugada de bailar a su casa en la villa, la familia denunciò que los atacaron dos policías acusándolos sin pruebas de robo; los golpean desmayàndolos y los arrojan al riachuelo de donde nunca salieron, un mes después apareció a 1 km, uno de los cuerpos sepultado en la densidad ultra contaminada de aguas servidas, químicos, plásticos y fétidas excrecencias varias o prolijamente en la orilla del riachuelo el par de inconfundibles zapatillas importadas flamantes y carísimas del otro adolescente. Hay registro de la radio del patrullero que el poli que entrevista la fiscal dijo: “Asunto arreglado: aprendieron a nadar”. Cínicamente él sostiene que dijo eso, lo que no significa nada y que le darán sólo unos días de prisión-descanso entre sus compañeros, lo cual lleva a la fiscal casi a trompearle la sonrisa. Èl entonces cambia y mirándola fijo le dijo: “Ojalá toda la villa se prenda fuego o se ahoguen todos. Ustedes no tienen idea lo que pasa ahí dentro. Ni idea tienen”… palabras que le resonaron hasta que, ya cerrando la oficinita, se apersona una adolescente de horrible aspecto, embarazada de rotosa y sucia vestimenta, tremendamente flaca pestilente y desgreñada, le grita: “El Emanuel (nombre del muchacho cuyo cuerpo nunca apareció) te quiere ver en la villa”… “y ahora deme plata, me dijeron que si venía a decirle, seguro me daba plata para merca...” Aquí se empieza a desencadenar lo jugoso autoral de este relato, que irá de más en más acompañando la visita a la villa de la protagonista. Villa que conoció bien años atrás cuando logró después de mucho, ganar un juicio por contaminación a una empresa vecina. Viene ahora por más datos y testimonios como el de la valiente mujer que los vio en la penumbra del alba, y que los denunció. Es carnaval y percibe un extraño clima, ya hace mucho, por ejemplo que en la capilla el valeroso cura obrero, de pelo y barba largas tipo revolucionario de los 60, sostiene esforzadamente un comedorcito pero ya no da misa por seguridad y sobre todo falta de fieles cristianos, salvo cuando el grupo de viejas espantadas de tantos altares paganos, se lo suele pedir. La fiscal percibe en él un cansancio espectral cargado de oscura desesperanza… todo y sobre todo, todas y todos resultan cambiados para espanto que aun contiene la templada fiscal en su intento de justicia para los marginados y esperanza para el cura obrero quien también ha mutado en la monstruosa maldad. Entonces ella, apenas al borde de su razón y su vida, intentó escapar de su venerada Villa. Este relato me resulta literariamente magistral en su descripción del otrora purificador acuífero porteño, ahora semilíquido mortífero, oscuro resplandeciente y viscoso en que paródicamente la civilizada gran urbe metropolitana fue edificando su Riachuelo.

11- Verde rojo anaranjado. (9 páginas) “La gente triste no tiene piedad”, frase esencia de este relato que su creadora, pone en dos páginas del monotemático argumento… Acá, casi que la protagonista no es la mujer joven de costumbre aunque ésta lo disputa como primera persona narradora, en relación vincular con un antiguo amigo y coetáneo quien fue reduciendo diálogos y estadías, personaje central y varón en que la autora encarna una terminal de la ciber-civilización, víctima tecnológico-barrial, hijo de una mujer que sí tiene mucho diálogo con la narradora pero con la que ésta no es sincera en relación al hijo, del que tiene más cabal información que la mamá. La situación está desde el inicio del relato constituida estáticamente y no sólo en la acostumbrada tensión valorativa inter-genérica de la autora: él se ha encerrado en su habitación con baño propio, que es parte de la casa materna y no ve a nadie ni se deja ver por nadie, a través del tiempo siendo alimentado por la madre quien a pesar de presionarlo con haberlo dejado sin comer ni internet, luego de muchos días temiendo su muerte silenciosa, vuelve a dejarle las bandejas con buenas comidas que él, sin dejarse ver, las consume y luego saca vacías… La joven que es quien mantiene la agilidad comunicacional por internet y sus códigos, le informa y a veces sirve de puente entre madre e hijo y casi siempre, le miente “piadosamente” pues piensa que es una mujer estúpida, y parece despreciarla, posiblemente por ser finalmente manipulada por el hijo varón. El título referencia a los tres colores que significan grados de la única conexión entre el hombre y la mujer que a veces se confiesan y se comunican sobre costumbres de la modernidad social y tecnológica de por ejemplo Japón, o las redes de internet, o sus respectivos contactos históricos: desde los “mails” iniciales y disipaciones de dichos contactos, ya exclusivamente virtuales que caracterizan también no solo los personajes sino así a sus autores. A mi gusto, es el más flojo y poco rico del volumen y “mundo” de Mariana Enríquez.

12- Las cosas que perdimos en el fuego. (12 páginas) Siendo el que cierra y da nombre al volumen, impacta este relato a mi juicio percibiéndolo autodestructivo en relación a la/s protagonistas que, en síntesis, accionan incendiándose y haciéndose víctimas de impactantes y hórridas quemaduras corporales, incluso faciales. En virtud de una suerte de actitud homenaje de mi parte aunque con temor de no comprender el sentido nada menos que de esta narración, creo elegir en forma de respeto y siendo varón, limitar esta reseña a sólo estas escasas líneas aconsejando en cambio la lectura meticulosa del total de sus doce páginas.

 


por Jorge Zanada

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