Anagrama
Año de publicación 2017
1- El chico sucio. (25 páginas) Es el
primero, el más largo y a mi juicio el de mayor interés de la de los relatos.
En este caso la protagonista se ha ido a vivir sola a la antigua casa de sus
abuelos, frente a la que duermen el niño del título con su joven, desquiciada y
siempre ultra narcotizada madre, sospechable de sumisión a poderes de magia
negra, brujos de barrio y narcotraficantes, sobre un miserable colchón
abandonado en una sucia vereda de Constitución, barrio que con las generaciones
perdió su digno esplendor de cuando la fiebre amarilla, devenido marginal,
“inseguro”, propicio a la autora para instalar los episodios alucinatorios que
requiere su arte. El niño sucio es la víctima en este relato que cargando
culpas a la protagonista solo una vez se le acercó e incluso entró a su vieja
casa, para recibir de ella, anonadada por el impactante y sorpresivo encuentro,
limitada ayuda, luego desaparecer, y cerrar el relato como objeto de salvaje y
ritualista decapitación.
2- La hostería. (13 páginas) Sucede en
Sanagasta, pueblo de La Rioja, siendo sus protagonistas una pareja de
estudiantas secundarias, inmersas en tensiones y disputas inter-familiares. La
hostería en cuestión fue durante las dictaduras, sede de la escuela de policía
y ahora alberga el conflicto que la pareja de jóvenes amantes planea con una
acción osada, vengar: se cuelan a altas horas de la madrugada, cuando todes
duermen, para realizarla y de paso, se distraen en juegos eróticos de su
apasionada relación cuando irrumpe un caos genocida de sangre y fuego jamás
imaginado por ellas y menos, en su pueblito natal, trillado de secular
aburrimiento.
3- Los años
intoxicados. (narración en 13 páginas de seis años sucesivos: 1989 a 1994.)
Es el único relato que ostenta una fachada casi documental, al describir
lugares reales (como el Parque Pereira Iraola, tenebroso en ahora con la
paródica mención de su antigua y feliz expropiación por Perón –“Parque de Los
Derechos de la Ancianidad”) y estar subtitulado con la sucesión de esos años, como
si la autora vivió aunque fuera en parte lo que sucede al trío de rapaces
estudiantas secundarias. También acá, según pasan los años, hay alucinaciones,
violencias de género y familia, contraste con la convencional y añeja
imagen-conducta de “señoritas bien educadas, femeninas, suaves, inocentes,
aplicadas estudiosas y pudorosas”
4- La casa de Adela. (15 páginas) Esta vez
es una adolescente “con un solo brazo o a la que le falta el otro” y nunca
quedará claro su origen en la infancia… es Adela, desafiante, amada por el
hermano y la primera persona narradora, vecinitos del barrio, a dos cuadras de
la enigmática, importante y abandonada casa con jardín y dos plantas, temida
por la madre y tan atrayente para ellos: la valerosa manquita terminará
integrándose a la casa renunciando al resto del mundo para siempre añorada por
el hermano de la narradora. Enríquez lo redacta con maestría que admiraría
Hitchcock.
5- Pablito clavó un clavito. Una evocación del
Petiso orejudo. (11 páginas) Es lo que su largo título: una profundización
“creativa” del personaje histórico para mejor integrarlo a otros más propios de
la ficción, con el reiterado fenómeno de apariciones obsesivas, acá de un guía
de tours sobre asesinas y asesinos históricos por lugares de la city que frecuentaron.
El Petiso, seleccionado por la autora incluso femeninas como la Yiya Murano, en
honor a que las motivaciones criminales de Godino fueron inexplicables: sólo
por el placer siquiátrico de cometerlos, lo que al parecer fascina a la autora.
6- Tela de araña. (23 páginas) Acá se
trata de una joven, huérfana a sus 17 y ante la angustiosa soledad en que
queda, cree enamorarse y se casa rápidamente encontrándose ahora aburrida e
irritada con él, visitando a sus tíos y prima en Corrientes donde lo lleva para
que lo conozcan. Allá, en su tórrido verano selvático poblado de insectos que
lo molestan más a él, la sorprende la maravillosa artesanía paraguaya de fino y
colorido tejido: el ñandutì que imita la tela de araña siendo indiferente para
él. La tensión que la separaba de su joven y ciudadano marido, se acrecienta y
en contraste congenia con su prima que además de parecerle hermosa a ella y fea
a él, tira las cartas y tiene mucha clientela, lo que termina de fastidiarlo.
Quejándose a su tía de su aburrido matrimonio, escucha que el tío suele
“levantarle la mano”, y con los renglones la enemistad de género crece
alrededor del protagonismo que toma la prima cuando los invita en su modesto
auto a Asunción a comprar manteles de ñandutì para revender acá. En el viaje
las primas siguen en sintonía y el porteño no logra adaptarse a los insectos y
el ambiente. La prima cuenta que volando con uno de sus novios ricos, en su
avioneta, divisó claramente una hacienda en llamas pero al girar para verla
mejor y mostrársela al piloto, sólo había la enorme quemazón apagada, sin
siquiera humo! Claro que tanto el piloto-novio de la prima, como su marido
ahora, no dudan que fue una alucinación, pero ambas creen firmemente que no lo
fue, sino un misterio. Luego, en el mercado de Asunción, el marido “descubre”
que todo es contrabando y como ella prevé, la inculpa por la deshonestidad
general y de haber sido llevados por “su familia”, profundizándose indetenible
la separación que llegará a puntos mayores, cuando en mitad del regreso el auto
deja de funcionar. La prima intenta pero
no puede repararlo, y se va a dedo con un despampanante camionero que sólo
puede llevar una persona, en busca de auxilio, quedando ellos más de una hora feroz
bajo la agresión de insectos y sofocación del calor. Llega el auxilio, el auto
no arranca y son arrastrados al ACA de Clorinda a pasar la noche en un hotelito
que será escenario de desigual compañía erótica para cada prima: la local con
el despampanante camionero y la protagonista con fantasías ya de asesinar a su
marido que todo el tiempo choca con lo natural del lugar y su gente en la
parrilla donde comen antes de dormir. Allí, el atractivo camionero contará un
episodio que le tocó vivir cruzando con el camión un tenebroso puente
construido por la dictadura en Campo Viera donde a varios desaparecidos se dice
fueron enterrados vivos en el cemento de la base del puente y vuelta a vuelta
se reencarnan como la mujer que él en el camión una noche no pudo evitar
atropellar, choque que no dejó rastro alguno, ni abolladura ni sangre o el
cuerpo de ella. La resolución del relato que se alarga es… otra desaparición,
la de uno de estos personajes y que, es mejor que la “descubra” quien lea.
7- Fin de curso. (6 páginas) Un último
curso de secundarias como miles de escuelas pero cuya normalidad es eclosionada
cuando una de ellas, la más insignificante, que se vestía como una vieja, ante
el estupor de las demás se arranca con los dientes todas las uñas de la mano
como si fueran postizas y queda sangrando a chorros. Después de meses ya
repuesta, en el baño se hace un tajo profundo en una mejilla también frente a
las que estaban. Como la vez anterior, serena y una sonrisa le embellece la
cara anodina sobre su camisa corte de varón o monja, empapada de sangre. Otras
semanas le llevó reponerse, y volvió a atacarse arrancándose gruesos mechones
de pelo y corriendo al baño seguida de muchas alumnas, queda gritando a un
inodoro en que sólo ella veía un hombre al que le pide que deje de mandarla a autoagredirse
y la deje en paz. Lo describe como un grandote engominado, vestido de comunión.
No volvió a clase. La narradora cuenta que fue a verla a su casa y la atendió,
pero en la calle. No quiso contarle cómo siguió con el engominado porque le
dijo que él mismo se lo va a decir pronto y entró la puerta sin más… ella
vuelve a su casa y recuerda haberse hecho una pequeña herida en la pierna, se
fija y en el pantalón ve la formación de una pequeña mancha de sangre... el
relato termina así, sin más, ni siquiera en “fin de curso”, como se titula.
8- Nada de carne sobre nosotras. (5
páginas) breve y endeble este relato por supuesto protagonizado por una joven
con novio en discordia, por estar poniéndose gordo y sobre todo, espantarse
porque ella hoy ha recogido amistosamente de la calle donde encontró tirada,
una pequeña calavera. La nombra Vera (sin el “cala”), confesándole que no sabe
ya, qué sigue haciendo con el novio gordo. La lleva al cuarto, lo que espanta
al novio y pronto le compra una buena bella rubia carísima y protectora peluca
de pelo natural que le queda perfecta. Pronto le compra velas aromáticas y
collares con lo que la entorna en su mesa de luz. Al ver así a “Verita” el
novio huye con sus petates. Ella habiéndolo visto más gordo y desagradable que
nunca, con los cachetes caídos y las piernas rozando entre sí, decidió comer lo
menos posible, pensando en cuerpos hermosos como sería el de Vera, con huesos
blancos resplandecientes bajo la luna y que si se entrechocasen sonarían como
campanitas. Sabe que comiendo menos y menos, los huesos atravesarán la piel
desde adentro al sentarse. También le compró luces para árboles de navidad
porque no podía seguir viendo sus ojos vacíos… Su madre le preguntó cuando algo
le contó el novio, si estaba obsesionada con una calavera, ella le dijo que
está loco y enojado porque lo echó, y que ella con sus amigas, preparan
disfraces para la próxima noche de brujas y se fue tranquila. Ella está
decidida en completar a Vera. Aunque no sean los huesos correspondientes, podrá
conseguir otros… piensa en las fosas comunes de las dictaduras donde buscan los
estudiantes de medicina. Se da cuenta que todos caminamos sobre huesos
enterrados a mayor o menor profundidad, alcanzable cavando con palas o manos,
como hacen los perros para guardar o recuperar los huesos que interesan.
9- El patio del vecino. (22 páginas) Aquí
la joven protagonista también está en pareja. El relato empieza cuando terminan
su mudanza al buen departamento alquilado ventajosamente a su dueña, con quien
ella ha tenido buena onda. Al toque la autora establece línea positiva entre
ellas; luego también con la suegra mientras, al unísono la contrapartida
negativa, con él; infrecuente, dado que estadísticamente, suele suceder al
revés... La primera noche la protagonista, se duerme mucho después que él y en
la madrugada despierta sobresaltada por terribles golpes, como si derribaran la
puerta de calle, debiendo zamarrear a su pareja, -dormido como un tronco-, que
no sólo nada escuchó sino que le dice “ya empezamos”?... Èl se levanta de mala
gana para ir a fijarse, y por precaución teniendo terraza, sube seguido por
ella. Ve que no hay nadie, la calle está tranquila y todo muy iluminado y le
dice que ha sido el estrés de la mudanza… que sigan durmiendo tranquilos, lo
que la enfurece internamente. Por eso una noche más adelante, que ella tiene la
visión entre-dormida de “algo” que en la oscuridad parece un niño sentado sobre
su cama, pero escapa con fugacidad felina, ya ni le cuenta, pues él siempre
duerme. Esta situación emocional conflictiva entre la fémina y el personaje-pareja,
no es exclusiva de este relato y apunta riesgo de acostumbramiento lectoral de
que página a página aumente, pasando como acá por desprecio, odio, el deseo de
separarse, y hasta matarlo... El título preanuncia que la situación nodal se
dará en el patio y la casa vecina, a la que nuestra inquilina puede acceder, y
lo hace, por la terraza buscando la imagen nocturna semi vista y después una
diurna: un chico encadenado en denigrante estado de suciedad en el patio vecino.
Pero cuando ella se acerca, ya no está, como suele suceder en estos relatos.
Esta protagonista revive acicateada de solidaridad el estimado trabajo que
logró años pasados y los estudios que está terminando de asistente social, su
compromiso con los niños y adolescentes a su cuidado, cuando enfrentó limitaciones
reglamentarias y sadismos de supervisores, de lo cual huían los internos… hacen
ya siete años, la trágica vez que perdió el grato empleo… ahora eso repercute
en ella y no abandonará este chico que vio fragmentariamente encadenado desde
la terraza. Es el compromiso-fuerza de toda su vida y una vez recibida va
recuperar lo que le hizo perder con el sumario que instruyó la cruel
supervisora de menores al pescarla tomando cerveza y fumando un porrito en una
guardia, para desquitarse de su compromiso. Luego la gran depresión y vergüenza
de la que aun está saliendo gracias a este compromiso y con la ayuda de él,
pero sobre todo de su suegra. Por eso busca ahora al chico encadenado en la
casa vecina, aunque al final el chico victimizado devenga monstruo
sobrenatural, y no sea “otra” alucinación.
10- Bajo el agua negra. (19 páginas) Aquí
la protagonista es una mujer de temple y serena con un oficio que requiere ésas
y varias condiciones de casi autosuficiencia: fiscal. En este caso acusa una
dupla de astutos y abusivos policías, en los barrios pobres, periféricos de la
metrópoli costeros del riachuelo. Hace dos meses investiga la desaparición de
dos muchachos de 15 años que volviendo de madrugada de bailar a su casa en la
villa, la familia denunciò que los atacaron dos policías acusándolos sin
pruebas de robo; los golpean desmayàndolos y los arrojan al riachuelo de donde
nunca salieron, un mes después apareció a 1 km, uno de los cuerpos sepultado en
la densidad ultra contaminada de aguas servidas, químicos, plásticos y fétidas
excrecencias varias o prolijamente en la orilla del riachuelo el par de inconfundibles
zapatillas importadas flamantes y carísimas del otro adolescente. Hay registro
de la radio del patrullero que el poli que entrevista la fiscal dijo: “Asunto arreglado:
aprendieron a nadar”. Cínicamente él sostiene que dijo eso, lo que no significa
nada y que le darán sólo unos días de prisión-descanso entre sus compañeros, lo
cual lleva a la fiscal casi a trompearle la sonrisa. Èl entonces cambia y
mirándola fijo le dijo: “Ojalá toda la villa se prenda fuego o se ahoguen
todos. Ustedes no tienen idea lo que pasa ahí dentro. Ni idea tienen”… palabras
que le resonaron hasta que, ya cerrando la oficinita, se apersona una
adolescente de horrible aspecto, embarazada de rotosa y sucia vestimenta,
tremendamente flaca pestilente y desgreñada, le grita: “El Emanuel (nombre del
muchacho cuyo cuerpo nunca apareció) te quiere ver en la villa”… “y ahora deme
plata, me dijeron que si venía a decirle, seguro me daba plata para merca...”
Aquí se empieza a desencadenar lo jugoso autoral de este relato, que irá de más
en más acompañando la visita a la villa de la protagonista. Villa que conoció
bien años atrás cuando logró después de mucho, ganar un juicio por
contaminación a una empresa vecina. Viene ahora por más datos y testimonios
como el de la valiente mujer que los vio en la penumbra del alba, y que los denunció.
Es carnaval y percibe un extraño clima, ya hace mucho, por ejemplo que en la
capilla el valeroso cura obrero, de pelo y barba largas tipo revolucionario de
los 60, sostiene esforzadamente un comedorcito pero ya no da misa por seguridad
y sobre todo falta de fieles cristianos, salvo cuando el grupo de viejas
espantadas de tantos altares paganos, se lo suele pedir. La fiscal percibe en
él un cansancio espectral cargado de oscura desesperanza… todo y sobre todo,
todas y todos resultan cambiados para espanto que aun contiene la templada
fiscal en su intento de justicia para los marginados y esperanza para el cura
obrero quien también ha mutado en la monstruosa maldad. Entonces ella, apenas
al borde de su razón y su vida, intentó escapar de su venerada Villa. Este
relato me resulta literariamente magistral en su descripción del otrora
purificador acuífero porteño, ahora semilíquido mortífero, oscuro
resplandeciente y viscoso en que paródicamente la civilizada gran urbe
metropolitana fue edificando su Riachuelo.
11- Verde rojo anaranjado. (9 páginas) “La
gente triste no tiene piedad”, frase esencia de este relato que su creadora,
pone en dos páginas del monotemático argumento… Acá, casi que la protagonista
no es la mujer joven de costumbre aunque ésta lo disputa como primera persona
narradora, en relación vincular con un antiguo amigo y coetáneo quien fue
reduciendo diálogos y estadías, personaje central y varón en que la autora
encarna una terminal de la ciber-civilización, víctima tecnológico-barrial,
hijo de una mujer que sí tiene mucho diálogo con la narradora pero con la que ésta
no es sincera en relación al hijo, del que tiene más cabal información que la
mamá. La situación está desde el inicio del relato constituida estáticamente y
no sólo en la acostumbrada tensión valorativa inter-genérica de la autora: él
se ha encerrado en su habitación con baño propio, que es parte de la casa
materna y no ve a nadie ni se deja ver por nadie, a través del tiempo siendo
alimentado por la madre quien a pesar de presionarlo con haberlo dejado sin
comer ni internet, luego de muchos días temiendo su muerte silenciosa, vuelve a
dejarle las bandejas con buenas comidas que él, sin dejarse ver, las consume y
luego saca vacías… La joven que es quien mantiene la agilidad comunicacional
por internet y sus códigos, le informa y a veces sirve de puente entre madre e
hijo y casi siempre, le miente “piadosamente” pues piensa que es una mujer
estúpida, y parece despreciarla, posiblemente por ser finalmente manipulada por
el hijo varón. El título referencia a los tres colores que significan grados de
la única conexión entre el hombre y la mujer que a veces se confiesan y se
comunican sobre costumbres de la modernidad social y tecnológica de por ejemplo
Japón, o las redes de internet, o sus respectivos contactos históricos: desde
los “mails” iniciales y disipaciones de dichos contactos, ya exclusivamente virtuales
que caracterizan también no solo los personajes sino así a sus autores. A mi
gusto, es el más flojo y poco rico del volumen y “mundo” de Mariana Enríquez.
12- Las cosas que perdimos en el fuego. (12
páginas) Siendo el que cierra y da nombre al volumen, impacta este relato a mi
juicio percibiéndolo autodestructivo en relación a la/s protagonistas que, en
síntesis, accionan incendiándose y haciéndose víctimas de impactantes y
hórridas quemaduras corporales, incluso faciales. En virtud de una suerte de
actitud homenaje de mi parte aunque con temor de no comprender el sentido nada
menos que de esta narración, creo elegir en forma de respeto y siendo varón,
limitar esta reseña a sólo estas escasas líneas aconsejando en cambio la
lectura meticulosa del total de sus doce páginas.
por Jorge Zanada
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