Novela larga (unas 250 páginas) para su monocorde acción. Inicia más ágil, con un apartado que puede funcionar como “causal” de lo que va tratar. Este segmento se suma a la copiosa producción en nuestra literatura sarmientina, y su lugar común, -ya “sentido común” bàsico: la definición, con pretensión científico-“creativa” de “primer tirano”, a Juan Manuel de Rosas.
El autor, en esta suerte de prólogo, lo re-trata nuevamente
como El monstruo, propiciador de la a esa sazón infaltable, barbarie argentina,
presentándolo como “dictador”, y no sólo en el sentido político del término sino
literal en el trato a torturados escribas. Intentando renovaciones formales,
reitera remanidos pareceres al describir acciones autoritarias y de
improductividad del monstruo, por ejemplo en “pagina 12”: “Una vez terminado el
trabajo de la jornada, que era livianísimo al extremo de lo inexistente, fue a
sentarse bajo la enramada a que Manuelita le cebara mate.” (pag.12), aunque agrega
su originalidad al considerar a Manuelita, fea, torpe, innecesaria, boba.
El héroe inglés con aspecto no de tal, pasivo, del autor,
para realizar su inusual propósito de viajar al interno de la Provincia como “investigador”
(resonancia por ser cuñado de Darwin, de quien le expuso al Monstruo cuando
pidió la audiencia, los saludos del ya célebre naturalista) en busca de la
liebre del título, debía tramitar -y obtiene en esa audiencia- para él y sus
dos acompañantes (un par de criollos de distinta clase social, personajes
adyacentes derivados o al menos naturalizados con su cultura y civilización), implícita
y protectora autorización a cambio de presenciar forzosamente los tres, el
exhibicionismo jinetista del Monstruo, detalladamente narrado. Sin solución de
continuidad conceptual, ese entorno inicial, urbano e internacional, se empieza
a extender y dispersa horizontalmente incluyendo a la pasada, algún personaje
histórico más, como el distraído pintor “Prilidiano”, para desarrollar luego el
cuerpo de la novela en sí, pasando a exponer avatares que pasivamente vive el inglés
que no parece, junto a sus dos inexplicables aspirantes e integrantes de la mini
expedición al “desierto” (escrita ésta,
un siglo después, y nada que ver con la rigurosa solidez de la obra de
Mansilla). Todos estos personajes son inmersos en la historia de “nuestra”
literatura periodística (lanzada con la fundación del diario La Nación, su base
editorial diaria) y la antes provincia cisplatina, “banda” oriental, llamada -luego
“República” del (río?) Uruguay-, en verdad funcional como su realidad territorial
jurídica y material.
Me choca lo que pareciera “libertad” literaria o ficcional, pues
más bien consiste en total desaprensión de lógica no sólo histórica sino
dramatúrgica en la intercomunicación del heroico terceto con su contexto “indio” (mapuches, oronas,
etc.) que es total y también entre las supuestas distintas etnias y tribus que
poblaban el “desierto”: todas y todos hablan y comprenden un mismo idioma (¡!)
Luego la pretensión de validez metafórica del título y el supuesto animalito
mitológico invocado pero sobre todo la inmensa y desestructurada exposición y encadenación
de acciones, sub-acciones, casualidades, causalidades, situaciones, accidentes
geográficos, fenómenos atmosféricos, a lo largo del territorio de la llanura
pampeana, imprevisibles por supuesto en aras tal vez de pretendida “libertad”
autoral, en la búsqueda muchas veces olvidada e inmotivada, de la liebre
intitular, y algunos personajes semi-mitologizados como un par de jefes indios en
guerras o guerritas casi constantes e inmotivadas, que casualmente involucran
al inglés y sus compañeros criollos, también con un par de personajes que
siguen otra marcha pero igual cruzan a los protagónicos, como “la Viuda”, o el
jinete del horizonte con los que salpica la longitud de tantas páginas de tanto
en tanto hasta llegar al final. Allí, de repente todo adquiere un prolijo e
imposible enclave familiar y familiero que hasta querría pretender unir
desideologizada y genéticamente, a lo inglés con lo criollo y lo nativo, digno
de nuestros antiguos radioteatros de las décadas del 40 y 50 tan populares que
abrevaron en el circo criollo, ridiculizados a partir del “boom
latinoamericano” (¿?) por la culta y reducida producción de las y los escribas clase
media de entonces.
(No pretender algún cierre con el detallado inicio rosista
de la novela, ¿tal vez porque sería indigno de la mencionada libertad autoral?)
A mi gusto, los mejores pasajes literarios están en la
situación y descripción escénica de la ventana de la sierra en el plenilunio
hacia el final, y lo mismo promediando la extensión del libro, en la
fantasmagórica cueva-caverna donde mora una tribu amigable entre quienes los
héroes en su divagar territorial supuestamente tras la liebre, llegan y pasan
unos días. Ambas narraciones, tal vez casualmente, generados y contenidos a
partir de accidentes geográficos territoriales peculiares.
por Jorge Zanada
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